Hecha de sueños rotos y una pizca de jazz.


Grité al viento pidiendo un poco de tregua
mientras levantaba poemas al borde de las oquedades de mis cicatrices.

Dejé de mirar debajo de mi cama buscando monstruos
cuando comprendí que daba más miedo yo, que muchos de ellos,
que lo único que me rodeaba eran botellas de anís
y ya había llorado lo suficiente como para llenar el mar de penas.

Me rompí a cachos intentado pisar fuerte en cada paso
y la única huella que dejaba era la reflejada en mis muñecas;
tan adherida a mi piel, como la sal lo está al océano.

Caminaba arrastrando los pies, o quizá las penas,
en un intento de rehuir del abismo que residía en mi pecho,
tan deprisa, que nadie se paraba a mirar
lo que mi caminar ocasionaba en el vuelo de mi falda,
ni lo insólito del bamboleo de las emociones en mi cabeza.

Me empeñé en ser partícipe de una tormenta que no tenía dentro,
erosionando mi pecho izquierdo con palabras, con hechos y desechos,
viviendo de ayeres y acompasando mis pasos con un único acorde,
sin dejar cabida a otra cosa que no fuera
estar con las penas al ras de los ojos,
los gritos escondidos entre el silencio,
hecha de sueños rotos y una pizca de jazz.

-CP



 








Comentarios

Entradas populares