Chica de té, café y libros.

Me llamaba quimera, y de apellido suicida.

A mí, que era chica de té, café y libros
y ninguno hablaba de la tormenta retenida en lo sutil de mis pestañas,
yo que perdía en cada una de las suyas,
vértices de inocencia, apéndices o no sé ya,
cordura quizás.

Que me camuflaba los golpes con extra de cafeína
y curaba mis penas con tan solo el viaje de sus labios a mi ombligo,
que estremecía cuando su olor impregnaba mi pecho izquierdo,
muriendo de ganas por tatuarme su tacto en mi piel,
ya que en mi mente ya estaba grabado.

Y que perspicacia la suya
al apostar su sonrisa en lo más elevado de mis piernas,
atenuando junto a mis miedos,
lo que quedaba de mi cuerpo en sus sabanas,
sabiendo que aún era, por así decirlo,
un poquito suya.

Y siempre lo sería.

-CP







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