Brindo, brindemos.



Brindo por las sonrisas que me sacaron de mis mil tormentas, por las personas salvavidas en momentos caos, la almohada, que ha ahogado gritos y secado lágrimas, por los pilares que me sostienen a los que vulgarmente llamo familia, por la gente que se perdió por el camino y la gente que se dejó perder.

Brindo por todas las veces que aun estando viva estaba más muerta que nunca, por todas esas noches en las que lloré hasta quedarme dormida, esas veces que me falle a mí misma por no fallar a los demás, por ser impuntual, tan impuntual que hasta a su vida llegue tarde,
 
por él, por mis demonios, porque hasta ellos se han enamorado de sus ojos, por poder colgarme de sus pestañas cada mañana, por ser capaz de ver el mundo agarrada a su mano, hasta llegar a rozar el cielo, por aprender braille en su espalda y esquiar en sus clavículas, yo que siempre quise ser bailarina.

Brindo porque antes de amanecer mis pupilas ya han empezado a dilatarse bajo los parpados al verle en sueños, mi piel se encuentra erizada como si de pleno invierno se tratase y antes de abrir los ojos ya necesito mi dosis de él.  

Y aunque suene mediocre brindo por la laguna que guarda dentro de sus ojos, el abismo que esconde tras su sonrisa, sus alas, alas que jamás cortaré, alas que me elevan a lo más alto.

Brindo porque mi mayor antojo acaba en la comisura de sus labios, por los besos a medias, las ganas, las risas, su pelo, él.

Brindo, por mi completa, brindo.






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